Notas
Lazos verdaderos
Lazos verdaderos
Rescatarlos. Curarlos. Refugiarlos. Esterilizarlos. Adoptarlos. Son diversas las maneras en que hoy se busca proteger a los animales domésticos del maltrato y el abandono. Una tendencia que crece de la mano de las redes sociales, impulsada por el aumento de organizaciones y activistas.
Por: Silvana Molina
Fotos: Javier Valdez
«¡Basta, Churro!». Cariñosamente, pero con firmeza, la mujer trata de poner un freno al excesivo entusiasmo de su amigo, que la apabulla con sus enérgicas demostraciones de afecto. Churro, un mestizo de hocico color arena y lomo negro, es uno de los 20 perros que habitan hoy en el refugio que Adriana Moreira creó cuatro años atrás, buscando un lugar donde alojar a los animales que había rescatado de la inundación en los bañados de Asunción.
A su alrededor, los otros huéspedes permanentes de este sitio –cuadrúpedos de todos los tamaños y colores, estoicos sobrevivientes de situaciones de abandono y maltrato– compiten por una cuota de atención y cariño, que Adri les brinda de manera incondicional. Don Antolín la ayuda en la tarea de cuidarlos, alimentarlos y mimarlos. Él, un carpintero que llegó un día del Chaco buscando trabajo y encontró un hogar lleno de amigos fieles, conoce a los canes y cada una de sus mañas.
En este espacio de una hectárea, ubicado en Mariano Roque Alonso, se alza un tinglado que da techo a las «habitaciones» de los perros, asentadas sobre un piso de cemento y divididas con tejido de alambre, chapas, maderas terciadas o lonas, una decoración casual y ecléctica que fue tomando forma a partir de las necesidades y las colaboraciones.
Es el Refugio Unasur –llamado así porque funciona en un predio cedido en préstamo por la universidad del mismo nombre–, uno de los tantos hogares de acogida de animales que han surgido en el país en los últimos años.
Estos sitios son manifestaciones de una tendencia que va en crecimiento: la de protección a los animales –en especial a perros y gatos callejeros–, una ola que se consolida a través de distintas figuras, entre ellas la del rescate, la adopción de mascotas y los hogares temporales y permanentes.
«Yo amo todo lo que tenga cuatro patas», asegura Adriana Moreira, fundadora del Refugio Unasur, refiriéndose a sus mascotas.
Historias peludas
De un lado están los tocables. Del otro, los intocables. Así divide Adriana –tejido mediante– a los perros de su refugio, consciente de que hay algunos que son más sociables que otros.
Desde el segundo grupo, uno nos observa a la distancia, con recelo… y con un solo ojo. Es Jaime, el perro tuerto que fue rescatado de la calle y de una muerte casi segura. «Anduvo deambulando mucho tiempo, con la cara destrozada de un disparo, toda agusanada. Tiene otros ocho balines en el cuerpo, que no se le pueden sacar. Al principio no se dejaba tocar, pero igual pudimos traerlo y se curó», cuenta orgullosa su salvadora. El proceso llevó tiempo, dinero y muchos cuidados, como la mayoría de los casos.
Es por eso que la colaboración de madrinas, padrinos y veterinarios es fundamental para sostener este tipo de iniciativas. En este lugar hay un gasto mensual aproximado de G. 1.000.000 solo en comida. Además, se necesita pagar el sueldo del cuidador (G. 2.200.000), entre otras tantas necesidades. Para solventar todo esto, se realizan ferias de garaje, que se concretan con aportes de la comunidad en ropas usadas (en buen estado) y artículos varios que se puedan vender. Todo sirve cuando se trata de ayudar a los peludos habitantes del refugio.
Reposo y cariño
De los 153 animales que Adriana llevó al refugio hace cuatro años, ya solo permanece uno. Los demás fueron adoptados o fallecieron, «porque no todo es color de rosa siempre, muchos no se recuperan», aclara para dar un baño de realidad. Los que están ahora fueron rescatados tiempo después, a partir de denuncias que le hicieron llegar.
«Hoy en día, este es más bien un lugar de reposo, porque la mayoría de los perros que están aquí son portadores de leishmaniasis o de otras enfermedades, y la gente no quiere adoptarlos. Entonces es un lugar de descanso para ellos, que están todos castrados. Juegan, juegan, juegan; comen, toman sus medicamentos, corren, duermen. Nosotros estamos de 9.00 a 16.00 todos los días de nuestra vida. Acá no hay sábados, domingos ni feriados, porque no podemos dejarlos solos», describe esta mujer que hace cuatro años decidió dejar su trabajo en una empresa de digitalización de documentos, para dedicarse a tiempo completo a las mascotas y a las ferias de garage.
«Decidí dejar de ser esclava», asegura ella, quien está casada y tiene «un hijo humano» (de 22 años), veinte hijos perrunos en el refugio, y otros tres en su casa, además de 11 gatos.
«¡Baltazar, no molestes!», reclama Adri al bóxer mestizo que acaba de aferrarse a la pierna de nuestra productora, parado y moviéndose en actitud de monta. «Hace eso porque le caés bien, es su manera de decir que quiere que seas de él», explica, tratando de disculpar al simpático perrito que fue bautizado con ese nombre porque llegó al refugio un 6 de enero.
Así como él, la mayoría de los animales que están allí se ponen contentos cuando hay visitas, y algunos son efusivos en sus manifestaciones. Por eso Adriana recomienda llevar ropa que se pueda ensuciar. «Una vez vino una señora y se enojó porque un perro le ensució. Pero este no es un lugar para venir espléndida a sacarte selfies todo el tiempo. La idea es que la gente conozca a los perros, juegue con ellos, los mime».
Con ese objetivo, el lugar se abre al público los domingos, buscando nuevos adoptantes o colaboradores, y también con la intención de mostrar lo que se hace con los aportes de los padrinos. Sin embargo, no suelen ser muchas las visitas. «Nosotros queremos que las personas vengan a pasar el día, traigan su tereré, su sándwich, que tengan contacto con las mascotas y se empapen de cada caso», insiste la benefactora de los canes.
Fuerza viral
«Busca a su familia, fue encontrado en la zona del colegio Santa Ana». «Se necesita casa para Rita. Tiene más de un año, es buena y cariñosa. Requiere cuidados y mucho amor». «Busco una familia. Estoy vacunada y sana». «Necesitamos ayuda para Tito, fue atropellado por un vehículo y tiene que ser operado».
No hablamos de personas, sino de animales. Anuncios de este tipo tienen cada vez más difusión a través de canales como Facebook, Twitter, Instagram o Whatsapp.
Es que en los últimos años, las redes sociales han servido de catalizador para este tipo de casos, y han facilitado la promoción de una filosofía animalera que gana adeptos.
Al mismo tiempo, propiciaron la formación de grupos, organizaciones, asociaciones y fundaciones de ayuda a mascotas, que han proliferado en los últimos años (ver recuadro).
Grisel Alfonso lleva adelante el hogar Patitas Felices, donde brinda refugio a más de 200 gatos y algunos perros.
Mundo gatuno
Con pasos lentos y cojeando un poco, se mueve de un extremo a otro del patio. Tiene el pelaje blanco salpicado de pequeños círculos negros, lo que le valió el nombre de Motas. Es uno de los silenciosos habitantes del albergue de Patitas Felices, una oenegé sin fines de lucro que desde hace una década enfoca sus energías en cuidar gatos rescatados, y también algunos perros, aunque en menor medida.
En el barrio San Pablo de Asunción, la organización alquiló una casa que se utiliza exclusivamente como hogar de cerca de 200 felinos. Ellos son amos y señores del patio, donde se construyó una gatera de 24×20 metros, un espacio semicerrado con tejidos de alambre, con dos galpones, algunas rampas y un árbol en el medio. Dentro de las habitaciones de la vivienda están los más chiquitos o enfermos y las gatas que acaban de tener crías. El lugar ya está necesitando varios arreglos.
Grisel Alfonso es quien lleva adelante esta cruzada de protección animal. Al principio, se dedicaba a hacer rescates cada vez que tenía conocimiento de algún gato o perro abandonado o maltratado. Pero la tasa de salidas por adopción no es proporcional a la cantidad de animales que ingresan, por lo cual el hogar se llenó en poco tiempo. Es por eso que hubo que cambiar la metodología.
«Hoy por hoy, nuestro trabajo consiste en proteger a los que en su momento fueron salvados de maltratos y que tratamos de mantener en el refugio. No estamos recibiendo más animales ni haciendo más rescates de manera sistemática, solo en algunos casos especiales», explica esta señora bajita, de sonrisa cálida y hablar aniñado. La falta de infraestructura física y de recursos humanos también inciden. «No tenemos móvil. Y trasladarse para ir a buscar a un animal cuesta dinero. Además, hay pocos voluntarios y la mayoría de ellos trabaja, entonces es un poco complicado», detalla.
Cerrar el círculo
El rescate de un animal no implica solo recogerlo de la calle y llevarlo al refugio. Hay que curarlo si está herido, internarlo, hacerle estudios, proporcionarle medicamentos, alimentarlo. En el hogar manejado por Grisel, además, están todos castrados y vacunados, y cada uno tiene su ficha, asegura ella.
Los gastos suman y son elevados: G. 2.500.000 de alquiler, G. 1.600.000 para la persona que hace la limpieza, traslados en taxi, veterinario (que si bien hace un descuento, tampoco es gratis). La alimentación es un aspecto clave: en este lugar se necesita un promedio de 13 kilos de comida por día. «Afortunadamente contamos con el apoyo de algunas empresas que nos donan alimento balanceado para los animales adultos», agradece Grisel. Pero los recién nacidos enfermitos y las madres que tienen crías necesitan una alimentación especial, que incluye leche deslactosada, pollo con hígado o arroz, etcétera.
Patitas Felices realiza dos jornadas de castración al mes, como un servicio de bajo costo a la comunidad, con el que buscan, además, paliar la sobrepoblación de felinos.
«Nosotros cerramos el círculo recién cuando damos al animal en adopción y verificamos que se adaptó», aclara la presidenta de Patitas Felices, quien trabaja con tres voluntarios permanentes. La idea, agrega, es descomprimir la superpoblación de gatos para así dar lugar a nuevos «huéspedes».
UH
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