Notas
Hacia el equilibrio de la economía mundial: Algunos avances pero con desafíos a futuro
Por Gita Gopinath
Tras la crisis financiera mundial, los superávits y déficits en cuenta corriente cayeron bruscamente a nivel general, de alrededor del 6% del PIB mundial en 2007 a alrededor del 3,5% en 2013.
Desde entonces, como se indica en la última edición de nuestro informe sobre el sector externo, External Sector Report , los desequilibrios en cuenta corriente se redujeron ligeramente, al 3% del PIB mundial en 2018, desplazándose de las economías emergentes —entre ellas China, cuya cuenta corriente se encuentra bastante en línea con los fundamentos económicos— hacia las economías avanzadas.
Hasta ahora, las medidas y tensiones en el ámbito del comercio no han afectado significativamente los desequilibrios mundiales en cuenta corriente, puesto que el comercio se ha desviado a otros países sin aranceles o con aranceles más bajos. En cambio, como se destacó en un blog anterior, esas tensiones comerciales y las incertidumbres que traen aparejadas entorpecen la inversión y el crecimiento, sobre todo en los sectores más integrados a las cadenas mundiales de suministro (en las que la producción se distribuye entre distintos países).
A pesar de la reducción de los desequilibrios en cuenta corriente en todo el mundo, los desequilibrios de saldos (medidos como la suma de los activos y pasivos externos netos de los países) continuaron incrementándose, dado que, en la mayoría de los casos, los países acreedores mantuvieron superávits y los países deudores, déficits. Al 40% del PIB, los desequilibrios de saldos han alcanzado un punto máximo histórico y son cuatro veces mayores que a principios de la década de 1990. Además, los pasivos brutos de deuda externa en manos de soberanos y empresas se incrementaron drásticamente en algunas economías en los últimos años, apoyados por las benignas condiciones del financiamiento mundial. Eso conlleva riesgos para la estabilidad financiera, no solo para los prestatarios de países deficitarios sino también para los ahorristas de los países superavitarios.
Entender cabalmente la posición externa de los países —cuenta corriente, posiciones de saldos y divisas— es fundamental para poner de relieve la responsabilidad compartida de las autoridades responsables de las políticas económicas de abordar los desequilibrios externos antes de que se vuelvan demasiado riesgosos.
Riesgos de los desequilibrios externos
Los desequilibrios externos no son necesariamente motivo de preocupación, puesto que los países pueden tener buenas razones para mantener déficits y superávits en momentos determinados. Por ejemplo, es natural que las economías jóvenes y en rápido crecimiento mantengan déficits y tomen créditos de economías avanzadas más maduras con menos potencial para crecer. Pero así como los hogares excesivamente endeudados pueden perder acceso al crédito si sus ingresos se vuelven insuficientes para pagar sus deudas, las economías que toman demasiado crédito y a un ritmo demasiado rápido pueden volverse vulnerables a una interrupción repentina de flujos externos. Eso, a su vez, perjudicaría a las economías acreedoras, que sufrirían pérdidas en sus activos externos. Por lo tanto, el desafío consiste en determinar cuándo los desequilibrios externos son excesivos o generan un riesgo.
Mediante una combinación de herramientas numéricas y datos específicos sobre los distintos países, estimamos que entre el 35% y el 45% de los superávits y déficits en cuenta corriente eran excesivos en 2018. Los superávits excesivos en cuenta corriente se centraron en la zona del euro (con Alemania y los Países Bajos a la cabeza) y en economías avanzadas más pequeñas de Asia (Corea y Singapur), mientras que los déficits excesivos en cuenta corriente se concentraron en Estados Unidos, el Reino Unido y algunas economías de mercados emergentes (Argentina e Indonesia).
Tras muchos años de superávits excesivos en cuenta corriente, la posición externa de China se trasladó a un nivel más equilibrado de acuerdo con los fundamentos económicos en 2018. Esa reducción se debió a una combinación de factores estructurales y políticas crediticias y fiscales expansivas, pero también a la mayor flexibilidad cambiaria y a la consiguiente apreciación real de la última década.
Los riesgos que implica la configuración actual de desequilibrios externos están contenidos en gran medida, por lo menos a corto plazo, dado que los déficits en cuenta corriente y las posiciones deudoras se concentran en su mayor parte en economías avanzadas que emiten monedas de reserva. Sin embargo, no todos son inmunes. Si se intensificaran las tensiones comerciales o geopolíticas —con las repercusiones negativas que eso tendría en el crecimiento y el apetito de riesgo en todo el mundo—, podrían verse afectadas las economías más dependientes de la demanda o el financiamiento externos.
A mediano plazo, de no mediar políticas correctivas para reducir los desequilibrios, las tensiones comerciales podrían consolidarse. Más aún, si la deuda externa de ciertos países clave sigue aumentando, podrían producirse ajustes costosos y problemáticos, con posibles efectos derrame al resto del mundo.
Por eso los países superavitarios y deficitarios deben trabajar juntos para reducir los desequilibrios excesivos de una manera que propicie el crecimiento y la estabilidad mundial.
Cómo encarar los desequilibrios
Hoy en día, muchos países se encuentran cerca del pleno empleo y tienen poco margen de maniobra en su presupuesto público. Por ello, los gobiernos deben calibrar cuidadosamente sus políticas para alcanzar sus objetivos internos y externos. Los países que tienen déficits excesivos en su cuenta corriente, como el Reino Unido y Estados Unidos, deberían adoptar o mantener una consolidación fiscal que no perjudique el crecimiento, mientras que los que sufren superávits excesivos, como Alemania y Corea, deberían utilizar el espacio fiscal para estimular la inversión en infraestructura pública y el crecimiento potencial.
Las políticas estructurales bien adaptadas y secuenciadas deberían jugar un papel más destacado para abordar los desequilibrios externos y, al mismo tiempo, estimular el crecimiento potencial interno. En los países con superávits excesivos en cuenta corriente, las reformas orientadas a alentar la inversión y desalentar el ahorro desmedido —por ejemplo, la eliminación de barreras de entrada o el fortalecimiento de las redes de seguridad social— contribuirían al equilibrio externo. Las reformas que mejoran la productividad y la base de competencias de los trabajadores sirven para promover las exportaciones en los países con déficits excesivos en cuenta corriente. Incluso las economías con posiciones externas que, según nuestro análisis, están de acuerdo con sus fundamentos económicos, como China y Japón, deben adoptar políticas que atiendan los desequilibrios internos y prevengan el resurgimiento de los desequilibrios externos; para eso se necesitan reformas estructurales que faciliten la competencia en sectores como el de los servicios.
La flexibilidad cambiaria sigue siendo clave para facilitar el ajuste externo. Como se destacó en el capítulo analítico de este año, las características cambiantes del comercio internacional, entre ellas el grado de integración en las cadenas de valor mundiales y la facturación comercial en una moneda dominante como el dólar de EE.UU., pueden debilitar algunos mecanismos de ajuste externo y limitar los beneficios de la flexibilidad cambiaria a corto plazo. Por lo tanto, esta última puede requerir el apoyo de otras políticas que refuercen la respuesta de las exportaciones, por ejemplo, mediante un mayor acceso al crédito y a la infraestructura de transporte. No obstante, permitir que el tipo de cambio haga lo que tiene que hacer sigue siendo esencial para procurar un equilibrio duradero a mediano plazo.
En un plano más general, todos los países deberían evitar las políticas que distorsionan el comercio, que suelen dar frutos a costa del comercio, la inversión y el crecimiento mundial. Por el contrario, los países superavitarios y deficitarios deben trabajar para revitalizar el comercio internacional y fortalecer las normas del sistema comercial multilateral que tan bien han servido a la economía mundial en los últimos 75 años.
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