Notas
El padre de la publicidad
Hace 65 años, don Enrique Biedermann creaba su empresa de publicidad y con ello cambiaba el rumbo de ese rubro en el país. La Nación trae la parte más íntima de la historia de un hombre que empezó vendiendo con parlantes atados a su automóvil para luego revolucionar la publicidad y convertir su apellido en una verdadera marca registrada.
- Aldo Benítez aldo.bení[email protected]
- Fotos Aníbal Gauto y Gentileza
1954 no fue un año más en la vida del Paraguay. En mayo de ese año, un golpe militar derrocaba al gobierno de Federico Chaves y ponía a Alfredo Stroessner en el poder meses después. En medio de aquel torbellino político, en noviembre, don Enrique Biedermann, un joven entusiasta emigrante alemán, se animó a una travesía: inaugurar su propia empresa de publicidad. Una de las primeras en el país. Así fue que llegó al todavía pequeño mundo publicitario paraguayo la empresa Biedermann Publicidad. Hoy, 65 años después, la firma se convirtió en marca por sí sola y el joven entusiasta en una leyenda de la publicidad paraguaya.
Quienes recuerdan a don Enrique lo hacen con una sonrisa y el primer punto en el que coinciden sobre él es en su afición al trabajo. “Él falleció un domingo de madrugada. Ese viernes anterior él estuvo en su oficina trabajando hasta la noche”, comenta Sonia, una de sus 11 nietas y nietos.
“Papá hacía eso que ahora hacen los que compran chatarrerías o los chureros. Ponía sobre su auto un parlante y con eso ofrecía la publicidad. Así recorría los barrios de Asunción”, cuenta Hugo Biedermann, el hijo de don Enrique que se hizo cargo de la publicitaria. Sus hermanos, Walter y Carlos Jorge, trabajan en otros sectores, pero también vinculados al rubro.
“Así empezó él, prácticamente de la nada”, expone don Hugo.
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El piso 23 de la torre 2 del Paseo Galería está llena de computadoras y el lugar da la sensación de ser una zona de renovaciones. De que al día siguiente, todo lo que está puede cambiar de lugar. Hay oficinas, espacios para reuniones, pizarras con anotaciones y varios bloques con gente con computadoras trabajando, ideando, haciendo cosas. Allí funciona desde abril del 2018 las oficinas de Biedermann Publicidad, que hoy tiene 82 empleados aproximadamente y que se asoció hace años con la McCann World-group para tener un salto internacional. En 1954, la firma empezó con dos personas; Don Enrique y un secretario.
“Llevar el apellido más que responsabilidad es una carga. Porque para todos, hasta ahora, a pesar de que ya tengo mi propio cartel e hice mi propio camino, nunca voy a dejar de ser el hijo de”, expone Hugo.
En la oficina de Hugo están algunos de los 11 nietos de don Enrique que trabajan en la publicitaria. Todos tienen un recuerdo del abuelo. El abuelo que acompañaba a viajes a Buenos Aires para ver un concierto juvenil. El abuelo que participaba de los juegos de fin de semana. El abuelo que invitaba siempre para ir a la oficina. Y, sobre todo, el abuelo que hacía de la puntualidad una norma de vida. “Era absolutamente respetuoso con eso. Llegaba siempre media hora antes de cualquier reunión, de cualquier evento”, recuerda Sandra, otra de las nietas.
“Es lo único por lo que se podía enojar, la impuntualidad”, dice Enrique, otro de los nietos.
Hay un dejo de nostalgia en don Hugo cuando habla de su padre. Lo recuerda como a alguien que era extremadamente perfeccionista en todo, pero cuya exigencia era más consigo mismo que con los demás. “Estaba constantemente pensando en ideas. Buscando cosas que puedan servir para el negocio, para el trabajo”, dice.
“Papá fue un tipo totalmente noble, un excelente papá”, resume don Hugo.
EL TRABAJO COMO MOTOR
Cuenta don Hugo que desde chico acompañaba a su padre a la oficina o a encuentros de trabajo. Dice que nunca encontró eso como una obligación, sino que era algo que le gustaba. Probablemente era una cuestión de don Enrique, que de esa forma acercaba a sus hijos a las tareas de la oficina, considera hoy Hugo. Pero los nietos cuentan que esa “estrategia” también usaba con sus nietos.
“Alguno de sus nietos siempre estaba en la oficina. Ayudando en algo, pasando algo o simplemente hablando con él o haciendo lo que sea, pero siempre que podía le traía a uno de sus nietos para compartir con él en la oficina”, expone Hugo, otro de sus nietos que está en la publicitaria trabajando.
Ese apego al trabajo de don Enrique se extendió además a otros ámbitos. En efecto, don Enrique arrancó en los medios antes de su publicitaria, específicamente en la radio. Cuenta don Hugo que el primer trabajo de su padre fue secretario de radio Stentor, luego ya fue locutor.
“Después, según me contó papá, él preguntó si podía escribir sus propias publicidades. En la radio le dijeron que sí y ahí fue que arrancó”, dice don Hugo. De escribir sus propias publicidades en su programa, don Enrique encontró que el sector publicitario era prácticamente un campo sin explorarse aún.
Recorrió los barrios de Asunción con su parlante y haciendo los anuncios. A la par, seguía trabajando en la radio. Don Enrique, en ese sentido, fue un gran admirador de la música paraguaya. Tenía un buen manejo del guaraní y si bien pocas veces lo habló, nunca perdió el idioma alemán como lengua primaria. “Después de los 18 años él mismo decidió tener la nacionalidad paraguaya”, cuenta don Hugo.
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Don Hugo dice que de entre las cosas que admira de su padre, lo que resalta es aquella capacidad que tenía para buscar siempre ideas innovadoras, que sea algo que pueda sorprender a la gente. “Nosotros fuimos la primera empresa publicitaria en tener cámaras a color. Incluso, antes que los canales”, recuerda.
Dice que tal vez uno de sus defectos era que nunca tuvo una ambición monetaria sobre las cosas. “Él bien pudo abrir su propio canal, su propio medio, pero a él nunca le interesó. No estaba pensando en esas cosas para ganar plata, sino para crecer”, expone don Hugo.
Para los referentes de la industria publicitaria actual, don Enrique Biedermann es uno de los padres de la publicidad en el país. Se dedicó de lleno al sector desde los años 50, junto a otros pioneros como César Riquelme Aguirre, dueño de R Publicidad, probablemente la primera agencia publicitaria del país, inaugurada en 1943. También aparecen otros apellidos que dieron vida a la publicidad en el país como Vladimir Lizan, Daniel Nasta, Sara Musi Carísimo y Aníbal Romero Sanabria, según un homenaje realizado por el Círculo de Creativos del Paraguay en el 2003.
CERRO PORTEÑO, ESA PASIÓN
Enrique Biedermann es el nieto con la mochila más pesada, quizás por llevar el nombre mismo. Sin embargo, lo asimila como un gran desafío y habla de que una de las grandes cosas que dejó su abuelo como herencia fue la semilla azulgrana en el corazón de la familia Biedermann.
“Podemos decir que mi abuela le hizo hincha de Cerro, pero después él se volvió mucho más fanático y por supuesto que hizo que todos nosotros seamos hinchas de Cerro”, explica Enrique.
Cuenta don Hugo que su padre pensaba en algún momento ser dirigente del club, pero que finalmente no alcanzó porque no tenía realmente tiempo. En ese sentido, su nieto, Enrique, sí llegó a formar parte de la dirigencia del club de Barrio Obrero. “En el 89 realmente me enchufó a mí formar parte de la directiva”, recuerda con una sonrisa don Hugo.
Los hijos, los nietos y hasta los bisnietos portan también la bandera azulgrana. Es casi, a estas alturas, como una tradición familiar.
CHIQUITUNGA, LA COMPAÑERA DE VIDA
“No puede haber un hombre bueno si no tiene una mujer buena a su lado y viceversa”, dice don Hugo, haciendo referencia a doña Chiquitunga Montaner, su madre y esposa de toda la vida de don Enrique. Y todos los nietos se muestran de acuerdo con esa aseveración. Para Hugo, doña Chiquitunga era una parte inseparable de don Enrique. Es decir, una pareja que forjó todo lo que hoy vino para la familia que tienen.
Además de transferirle el amor por Cerro Porteño, doña Chiquitunga fue sostén de don Enrique, amiga y compañera de toda su vida. Se casaron un año antes de que se fundara la agencia de publicidad, en 1953, y desde ese momento estuvieron juntos, en todo momento.
“Yo no sé si papá iba a llegar hasta donde llegó si mamá no era su esposa”, dice Hugo y agrega: “Cuando las cosas no iban bien, porque no todo era feliz en la vida, ella siempre le apuntalaba, le levantaba”.
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Los sábados de tarde, el juego de la generala era sagrado para don Enrique y un mínimo e íntimo grupo de amigos. Se juntaban en su casa y se escapaban de todo en esas horas de juntata con sus amigos de siempre.
En el recuerdo cariñoso de don Hugo está por ejemplo las veces que doña Chiquitunga se enojaba por las horas que su padre se pasaba en estos encuentros. Eran quizás, los únicos momentos en el que el hombre no estaba pensando en el trabajo. “Mirá, eso sí que era absolutamente sagrado, no había forma de que ese encuentro se pueda suspender. No había fuerza mayor”, expone Hugo.
“Creo que uno de los días más felices de su vida habrá sido cuando hubo cable en Paraguay porque veía fútbol de todos lados”, dice Enrique, el nieto. El hijo de Enrique, el primer bisnieto de don Enrique, compartió momentos con él que eran del abuelo. “Había actividad en su escuela. Él se iba a ver a su bisnieto. Quería ir a algún lado, él le acompañaba, esa conexión con sus nietos mantuvo incluso con el primer bisnieto que tuvo”, dice Hugo.
Otro recuerdo de los nietos son las siestas infaltables de don Enrique. A pesar de que no faltaba un día a la oficina, eran algo religioso las siestas para ir a la casa, al almuerzo con doña Chiquitunga y quizás una pequeña siesta reparadora. “Él con 15 o 20 minutos quizás ya estaba hecho y volvía como para seguir”, dice Sandra. “Por ahí, hasta ni siquiera ya era una cuestión de ir a dormir, sino la costumbre de ir y hablar con mamá”, razona don Hugo.
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“Cuando uno ve que tanta gente lo quería, que tanta gente lo respetaba, entonces uno se da cuenta que hizo un buen trabajo, que hizo bien las cosas como ser humano”, expone don Hugo, en referencia a las muestras de aprecio y cariño que le llegan de todos lados en cada aniversario de la publicitaria, que cumplió este mes 65 años.
En una de las oficinas de Biedermann, a lo alto de la torre y con una vista privilegiada de lo hermosa que se ve –desde este lugar– Asunción, hay una máquina de escribir que usaba don Enrique en sus tiempos, para hacer sus notas, sus pedidos, para proyectar sus ideas. En el papel atascado, un mensaje escrito con esa máquina y que era de cabecera de don Enrique Biedermann:
“Lo único constante es el cambio”.
BREVE RESEÑA
Don Enrique Biedermann, hijo de Josep Biedermann y de Margareth Lowe, nació en Alemania y llegó a Paraguay en 1936. Tuvo cinco hermanos y una hermana. La familia Biedermann salió de Europa con destino a Buenos Aires, pero la humedad y el frío de la capital argentina no fueron del agrado principalmente del padre, por lo que, tras finalizar la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, probó suerte en nuestro país.
Siendo muy joven, don Enrique inició su carrera como locutor de radio, en principio, donde justamente conoció el mundo de la publicidad. A los 19 años decidió adoptar la nacionalidad paraguaya. Se casó a los 25 años con Chiquitunga Montaner y un año después fundó su propia empresa de publicidad, que hoy día sigue vigente y en manos de sus hijos y nietos, Biedermann Publicidad. Tuvo tres hijos: Hugo, Carlos Jorge y Walter.
Don Enrique fue presidente del Centro de Regulación, Normas y Estudios de la Comunicación (Cerneco) y durante muchos años llevó adelante programas de música nacional en diferentes radios. Durante el gobierno de Juan Carlos Wasmosy (1993-1998) fue condecorado con la Orden Nacional al Mérito Gran Maestre. Con su agencia publicitaria recibió decenas de reconocimientos y premios.
El 20 de mayo del 2012, a los 83 años, don Enrique Biedermann Lowe falleció cuando estaba durmiendo en su casa. LN
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